martes, 30 de junio de 2009

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El abogado de Abencia Meza, Luis Tudela Varela, afirmó esta tarde que su patrocinada acudirá a las citaciones que le curse la Policía Nacional en relación al asesinato de la cantante folclórica Alicia Delgado, del cual ha sido sindicada como autora intelectual.

El letrado manifestó que Abencia Meza se encuentra en el Perú y no ha acudido a declarar debido a que no la han citado luego de conocerse que Pedro Mamanchura, ex chofer y asesino confeso de Delgado, la acusara de autora intelectual del crimen.

“Apenas llegue una notificación para que se presente a declarar, lo hará inmediatamente”, subrayó Tudela Varela, al indicar que el estado de salud de su cliente está deteriorado.

En tanto, Olga Meza, hermana de Abencia Meza, señaló que la cantante folclórica se encuentra lejos de Lima y que dará la cara cuando la justicia la requiera.

martes, 24 de marzo de 2009

Brisas del Titicaca


Por Zelideth Chávez Cuentas

Un embravecido lago a punto de hacer naufragar la balsa de totora, sirve de escenografía a los danzarines que con la misma fuerza que transmite el mural, se van adueñando de la pista de baile con acrobáticos saltos. En seguida, prodigando frescura y belleza ingresan las chinitas, de coloridos trajes bordados con pedrería y perlas de fantasía. Se deslizan con sensuales pasos alrededor de sus parejas. La danza de los Caporales está en escena en Brisas del Titicaca.

En Roma, cuando Consuelo, peruana residentes en Italia, se entero de que su amiga Gina viajaría el Perú, solícita le recomendó: “en Lima, no dejes de ir a Brisas del Titicaca”. Como cualquier otro viernes a las 10, la noche de folclor está en ebullición. De paredes celestes, con un espacioso escenario y pista de baile, el local luce pulcro y organizado como para recibir a 780 personas (su aforo), entre nacionales y extranjeros, la mayoría mujeres, de todas las edades, quienes desechando ancestrales prejuicios, se adueñan de la pista para danzar libremente, sin esperar la invitación de un varón. Sin duda, ésta es otra de las bondades que ofrece el local, además de la música de moda. El ambiente es de auténtica alegría, la gente baila sin preocuparse de saber hacerlo bien o no.

Lo que sigue es un muestreo del variado folclor peruano, en especial del puneño. El presentador anuncia una danza autóctona ligada a la ganadería: la Llamerada, luego vendrán las danzas de raíces coloniales: la Morenada, con una numerosa comparsa, es otra danza que impresiona gratamente a los extranjeros, y enorgullece a los puneños, por la vistosidad de sus trajes, la cadencia de sus pasos, la alegría de la música. La Diablada, que pertenece también a esta categoría, escenifica la lucha del bien y del mal. No obstante, la apoteosis de la noche llega con el ingreso a la pista de baile del Conjunto de Instrumentos Nativos: los sicuris. El presentador continúa informando: “el sonido ancestral de las zampoñas transmite melodías clásicas del acervo musical del altiplano puneño. Es un instrumento que no puede tocarse individualmente, sino siempre en grupo, pues cada parte de la melodía debe ser interpretada por un músico diferente, esto define su espíritu colectivista”, que al parecer también se da en la danza, pues como tocados por un halo mágico, hombres y mujeres, abuelos(as), padres, madres e hijos(as), nacionales y extranjeros corren al centro de la pista dejándose arrastrar por las notas del siku, que los invita a formar gigantescas rondas, bailando y cantando con los sikuris, soltando su alegría con plena libertad. Al regresar a sus mesas los puede estar esperando un delicioso choclo con queso frito, un revuelto de chuño o los siempre sabrosos tamales, acompañados de cerveza Pilsen, Cristal, Cusqueña o el emblemático pisco sour.

A las 12 de la noche, los visitantes que celebran cumpleaños o algún otro acontecimiento importante, son saludados e invitados al escenario a bailar con la comparsa que se encuentra en la pista. Los fogonazos de las cámaras fotográficas se multiplican por doquier.

Cierra la Noche de Folclor, la Marinera Norteña, danza subyugante bailada por una pareja, luciendo invariablemente su escapulario de campeones. La ejecutan con destreza profesional, -reconocida como la más representativa del folclor norteño, ameritaría ser tratada con exclusividad-. La emoción y admiración que concita en toda la concurrencia se transparenta en los rostros arrebolados, las palmas entusiastas, en el corear de la canción por los nacionales, y en la expresión de asombro de los extranjeros, al finalizar, todos juntos estallan en aplausos y vítores. Así se cierra, a todo lujo, una noche de folclor en la Asociación Cultural Brisas del Titicaca, institución fundada hace 47 años por puneños residentes en la capital.

Si Gina aceptó la sugerencia de su amiga peruana, es posible que esté saliendo en compañía de nuevos amigos, nacionales o extranjeros, cansada de tanto bailar, muy contenta por todas las emociones vividas y cargada de nuevas energías.

Ángeles de la noche

Por Cristina Andrade

Cuando la pequeña del rostro triste se les acercó aquel domingo, nunca imaginaron el cambio que darían sus vidas. Como escuchar la frase “me dan una propina por favor” de la voz de aquella niña de huesos sobresalidos en los hombros, de ojos gachos con ojeras, y cabello cubierto de polvo, marcaría un antes y un después. Hasta segundos antes, Jimena y Octavio eran tan solo un par de chiquillos de 17 años, recién egresados de colegios particulares, aspirantes a universidades privadas, que gastaban las propinas de sus padres de clase media, en ir al cine o comprar CDs y ropa de marca.

Por tradición familiar, ambos, siempre fueron asiduos concurrentes a la misa de las 7.30 de la noche, la más popular en la parroquia nuestra Sra. Del Consuelo de Monterrico. Sin embargo fue al conocer a aquella niña de mirada perdida y a punto de llorar, que conocieron la caridad. Le preguntaron su nombre, su edad, donde vivía. Simplemente se interesaron en ella. La pequeña entonces respondió: “me llamo Marielena, tengo 10 años, vivo en Pamplona, pero vengo todos los días a Monterrico a vender golosinas, hoy no he vendido nada, por eso no podré comer esta noche y tengo hambre”.

Al escucharla, se sintieron vacíos, pese a tenerlo casi todo. Por mucho tiempo se habían quejado por no tener suficientes caprichos, y ahora conocían a alguien que ni siquiera tenía que comer. Mientras ellos vivían en una zona residencial, llena de parques, casas con piscina, grandes edificios y centros comerciales. Aquella niña, vivía en un asentamiento humano, en medio de la arena, en una casa de estera, que ni siquiera podría soportar una lluvia. Los carteles y bolsas en el techo, no aguantarían.

Fue entonces que la mente se les iluminó. Tocaron sus bolsillos y con las monedas que encontraron, entraron al supermercado de enfrente, y compraron pan y jamonada. Lo prepararon en plena calle y se lo dieron a Marielena, la niña de 10 años que por su contextura delgada y frágil, parecía tener apenas 7, quizás por mala nutrición. Y fue al ver como devoraba hambrienta el pan en menos de un minuto, unido a su rostro de felicidad, a la amplia sonrisa que se le dibujaba en la carita que antes había mojado con sus lágrimas, lo que llevó a Octavio y Jimena, a invitarla el siguiente domingo a la salida de la misa, para repetir el lonche. Sólo que esta vez, le pidieron que llevara a sus 5 hermanitos. Marielena es la mayor de todos ellos. Su madre cuida carros en la playa del supermercado, mientras ellos venden golosinas. Lo hacen desde hace 4 años, cuando su padre, un hombre alcohólico y pegalón, los abandonó.

COMPARTIR

Y así fue como empezó lo que han bautizado como “Domingos de Compartir”. Octavio y Jimena desde entonces, juntan sus propinas, se reúnen cada domingo en sus casas, preparan leche con quaker y panes con mantequilla, para dárselo a estos niños al final de la misa. Empezó una, luego 6, ahora ya son casi 30 los pequeños que domingo a domingo, toman lonche con ellos en plena calle. Por un momento, aunque sea una vez en la semana, dejan de trabajar, descansan. Por un momento, son simplemente niños.

CURA MALO.

Pero no todo ha sido fácil. Fue el propio párroco, el que puso piedras en este camino. Enterado de que el lonche se daba en la esquina de su parroquia, no tuvo mejor idea que colocar una reja para cortarles el espacio. No bastando con eso, el padre Miguel llamó en varias oportunidades al serenazgo de Surco y a la policía, para asustar a los niños, desalojarlos de la calle, e impedir según él, que la ensucien o hagan ruido. Sin embargo fue el apoyo de los vecinos lo que lo impidió.

CURA BUENO.

Y sacando cara por la nobleza, muy al contrario del padre Miguel, al verlos en acción, el Padre Pablo los ayudó a recaudar fondos con la venta de libros al final de su misa. Incluso les abrió las puertas de la iglesia a estos niños, quienes ahora pueden ingresar aún mal vestidos al templo a escuchar la misa. Ya no son discriminados. La gente ha aprendido a respetarlos. Total lo que importa como dice el padre, es tener el corazón abierto para Dios.

Han pasado más de 7 años, y Octavio y Jimena continúan con esta labor. A ellos se les ha sumado otros 5 jóvenes solidarios, y algunos vecinos de la zona, que les regalan pan para el lonche. Gracias al municipio de Surco, ahora la cita es en la glorieta recién construida frente a la parroquia, dándoles a estos niños algo más que comida, regalándoles esperanza y la certeza de que los ángeles en la tierra, si existen.

lunes, 16 de marzo de 2009

El día en que yo me muera y me lleven a enterrar…




Por Alberto Berrú

Un nuevo vecino llega al barrio. Acostumbrados ya a estos diarios avatares, los muchos curiosos que en su momento fueron se cuentan ahora con los dedos de la mano. Eso sí, el respeto por quien ahora compartirá con ellos parte de sus vidas les sugiere, incluso en las actuales circunstancias, guardar un sentido silencio. No les vaya a jalar las patas, dicen. Y es que en un cementerio la vida no es para tomarla a broma.

Sobre lo que hasta hace veinte años era propiedad del ejército, se levanta ahora -según los términos utilizados en parte de nuestra actualidad política- una guerra de baja intensidad. Por lo que se deduce que no es necesario conocer el exacto significado de la bendita frase para desaparecer los restos de aquellos a quienes pretendemos ignorar por completo.


El escenario de este solapado conflicto tiene nombre de menú: Lomo de Corvina. Y sí, visto de lejos tiene aire de tímida ballena que no se atreve a dar el salto. Ya de cerca la comprendemos: la arena exige un movimiento lento, quieto, pesado. No obstante, esto no ha sido obstáculo para que a cada lado que fijemos la mirada encontremos gente que va, que viene, juegue, sude, almuerce, trabaje, carajee. “Total, aquí ya hay de todo” comentará uno de los numerosos mototaxistas que se gana la vida en estos arenales de Villa el Salvador.

Tan cierto lo dicho que a falta de uno encontraremos dos camposantos. Uno sin muro que señale sus límites. Otro, igual. Ambos tienen el mismo nombre: Cementerio Municipal Cristo el Salvador y en realidad es uno solo. Es entonces que causa curiosidad el por qué para los pobladores uno es formal y el otro, no. El formal es tal porque ahí esta María Elena -María Elena Moyano, dirigente vecinal de Villa el Salvador asesinada por Sendero Luminoso en 1992- ; porque es el más antiguo; porque el otro es más feo, argumentan. Lo cierto es que medio kilómetro de arena los separan. Bueno, los separaban. Lo que se aprecia ahora a mitad de camino entre ambos es una cancha de fulbito en plena actividad, con gradas, mallas y pelota vinibol; altoparlantes que reproducen la canción del momento; coquetas y llamativas tiendas de abastos en las que las velas no pasan desapercibidas; construcciones de material noble: los pozos de agua; viviendas de diversos materiales y colores en las que cemento y ladrillo han evitado tener participación y, claro, un cerro sobre otro cerro.

Para evitar el hundimiento de todo lo que sobre la arena se edifique los pobladores de las asociaciones de vivienda Villa Trinidad, Villa Rica y Wasi Wasi no dudaron en modificar un tanto la topografía del lugar y volquete tras volquete de desmontes de construcción surgió la meseta que ahora ocupan miles de familias. No por nada pagaron -monedas más, monedas menos- cuatro mil nuevos soles a cambio de 90 metros cuadrados de tierra. Nada más, no incluía accesorios. Y esto les revienta. Aunque las comparaciones, a decir de nadie sabe quién, son odiosas lo cierto es que preferirían estar muertos ya que así evitarían escuchar las constantes amenazas que reciben por parte de traficantes de terrenos no acostumbrados a escuchar quejas. Sin contar además con las facilidades que el municipio del distrito otorga a los que menos tienen –o tuvieron-, al alquilarles, persona sola, un rincón para descansar por 20 nuevos soles anuales con opción a venta y derecho a levantar cuatro pisos para la “family”, todo esto a pago único de 700 soles, con módicas facilidades crediticias. Vueltos a la realidad y la vista fija en una cruz, un ceño se va dibujando sobre sus frentes.

Dígame, señor sepulturero…

José Mantilla también tiene ombligo y para no sentirse menos lo muestra a quien sea. Sabe que para concretar su propósito basta con desabotonar su chaleco y modular su timbre de voz en caso no le hayamos prestado la debida atención. Intuye también que los años no pasan en vano y que una encubridora gorra ayuda a disimular las escasas canas de sus contados cabellos. Se califica viejo pero vital, líder de cuantas personas conformen su entorno y pelotero por convicción. José Mantilla siempre aparecerá de improviso y aprovechará eso que se suele llamar factor sorpresa para ametrallarte con cuantas palabras haya coleccionado a lo largo de su vida, dándote a entender de una vez por todas que acá el que hace y deshace es este morocho cincuentón que no te niega amplias sonrisas si le llegas a agradar. Advertencia: no vayas a echar en falta los dientes que algún día tuvo. En fin, José Mantilla –“José, a secas”-es para las vendedoras de flores, aguateros y demás, el vigilante de los cementerios en cuestión que, valga la redundancia, es uno solo.

Y así de solitario se sintió él también luego de que a vísperas de navidad su por entonces compañero de trabajo dejara de serlo. Convirtiéndose así en la única persona capaz de frenar los ímpetus expansionistas de “gente viva”. Lo literal suple lo irónico. Conocedor de la responsabilidad que de sopetón le cayó no tuvo otra alternativa que aliarse con los del otro bando. Pacto que se manifiesta a diario cuando José le enciende misioneras velas a dos calaveras que a decir suyo le confortan y dan la suficiente confianza para imponerse ante despeinados metaleros que fungen de monaguillos de misas extrañas, exhaustos fumones en busca del nicho vacío, angustiados ladrones de floreros, malcriados estudiantes de medicina y desconcertantes apariciones fuera de toda lógica. La inmunidad ante espectrales travesuras no estaba dentro del paranormal acuerdo.

Mas lo que exige de su parte mayor templanza son los embates cotidianos que proliferan en distintas partes del cementerio a manos, palas y carretillas de quienes en teoría representan a sus antagonistas en esta lucha latente por la posesión de tierra entre muertos y los que por ahora no lo están, quienes lo han llevado últimamente a realizar entierros a escasos metros de las ahora desmontables viviendas con la finalidad de que estas recuperen su sedentaria peculiaridad. Por si aquello no fuera suficiente y modificando en algo la estratagema de sus opuestos, José también tiene la potestad de alterar su hábitat. Enterado de las últimas tendencias en lo que a cementerios se refiere no perderá oportunidad, siempre y cuando se presente la ocasión, en la que deje de sembrar arbustos en zonas estratégicas ya ubicadas para el caso. Lo vital es tapar el hueco, modula la voz.

Mención que no pasa desapercibida por los pocos fisgones ya mencionados arriba, que a la par de su morbosa curiosidad aguaitan los mínimos movimientos de su respetado y desdoblado antagonista, quien macana y libreta de apuntes en mano se acerca a conocer al nuevo recluta.

sábado, 14 de marzo de 2009

Cronistas en la Cámara Peruana del Libro, último día de taller

La última jornada

 


Participaron Carlos Tarazona, Laslo Roja, Antolín Prieto, Zelideth Chávez, Cristina Andrade, Alejandra Aparcana (que no sale en las fotos, pero que cumplió), Alberto Berrú y un cronista que quiso escribir pero que no escribió.
Agradecimientos a Liliana Minaya, Gladys Díaz y a Doris Moromisato

Ángeles de la noche

Por Cristina Andrade

Cuando la pequeña del rostro triste se les acercó aquel domingo, nunca imaginaron el cambio que darían sus vidas. Escuchar la frase “me dan una propina por favor” de la voz de aquella niña de huesos sobresalidos en los hombros, de ojos gachos con ojeras, y cabello cubierto de polvo, marcaría un antes y un después.  Hasta segundos antes, Jimena y Octavio eran tan solo un par de chiquillos de 17 años, recién egresados de colegios particulares, aspirantes a universidades privadas, que gastaban las propinas de sus padres de clase media, en ir al cine o comprar CDs y ropa de marca. 

Por tradición familiar, ambos, siempre fueron asiduos concurrentes a la misa de las 7.30 de la noche, la más popular en la parroquia Nuestra Sra. Del Consuelo de Monterrico. Sin embargo, fue al conocer a aquella niña de mirada perdida y a punto de llorar, que conocieron la caridad. Le preguntaron su nombre, su edad, dónde vivía. Simplemente se interesaron en ella. La pequeña entonces respondió: “Me llamo Marielena, tengo 10 años, vivo en Pamplona, pero vengo todos los días a Monterrico a vender golosinas, hoy no he vendido nada, por eso no podré comer esta noche y tengo hambre”. 

Al escucharla, se sintieron vacíos, pese a tenerlo casi todo. Por mucho tiempo se habían quejado por no tener suficientes caprichos, y ahora conocían a alguien que ni siquiera tenía que comer. Mientras ellos vivían en una zona residencial, llena de parques, casas con piscina, grandes edificios y centros comerciales; aquella niña, vivía en un asentamiento humano, en medio de la arena, en una casa de estera, que ni siquiera podría soportar una lluvia. Los carteles y bolsas en el techo, no aguantarían. 

Fue entonces que la mente se les iluminó. Tocaron sus bolsillos y con las monedas que encontraron, entraron al supermercado de enfrente, y compraron pan y jamonada. Lo prepararon en plena calle y se lo dieron a Marielena, la niña de 10 años que por su contextura delgada y frágil, parecía tener apenas 7, quizás por mala nutrición. Y fue al ver como devoraba hambrienta el pan en menos de un minuto, unido a su rostro de felicidad, a la amplia sonrisa que se le dibujaba en la carita que antes había mojado con sus lágrimas, lo que llevó a Octavio y Jimena, a invitarla el siguiente domingo a la salida de la misa, para repetir el lonche. Sólo que esta vez, le pidieron que llevara a sus 5 hermanitos. Marielena es la mayor de todos ellos. Su madre cuida carros en la playa del supermercado, mientras ellos venden golosinas. Lo hacen desde hace 4 años, cuando su padre, un hombre alcohólico y pegalón, los abandonó.  

Compartir

Y así fue como empezó lo que han bautizado como “Domingos de Compartir”. Octavio y Jimena desde entonces, juntan sus propinas, se reúnen cada domingo en sus casas, preparan leche con quaker y panes con mantequilla, para dárselo a estos niños al final de la misa. Empezó una, luego 6, ahora ya son casi 30 los pequeños que domingo a domingo, toman lonche con ellos en plena calle. Por un momento, aunque sea una vez en la semana, dejan de trabajar, descansan. Por un momento, son simplemente niños. 

Cura malo.

Pero no todo ha sido fácil. Fue el propio párroco, el que puso piedras en este camino. Enterado de que el lonche se daba en la esquina de su parroquia, no tuvo mejor idea que colocar una reja para cortarles el espacio. No bastando con eso, el padre Miguel llamó en varias oportunidades al serenazgo de Surco y a la policía, para asustar a los niños, desalojarlos de la calle, e impedir según él, que la ensucien o hagan ruido. Sin embargo fue el apoyo de los vecinos lo que lo impidió.
 
Cura bueno

Y sacando cara por la nobleza, muy al contrario del padre Miguel, al verlos en acción, el Padre Pablo los ayudó a recaudar fondos con la venta de libros al final de su misa. Incluso les abrió las puertas de la iglesia a estos niños, quienes ahora pueden ingresar aún mal vestidos al templo a escuchar la misa. Ya no son discriminados. La gente ha aprendido a respetarlos. Total lo que importa como dice el padre, es tener el corazón abierto para Dios. 

Han pasado más de 7 años, y Octavio y Jimena continúan con esta labor. A ellos se les ha sumado otros 5 jóvenes solidarios, y algunos vecinos de la zona, que les regalan pan para el lonche. Gracias al municipio de Surco, ahora la cita es en la glorieta recién construida frente a la parroquia, dándoles a estos niños algo más que comida, regalándoles esperanza y la certeza de que los ángeles en la tierra, si existen.

viernes, 13 de marzo de 2009

El otro 'Belmont' vive en Huacho y vende gaseosas



Por Carlos Faustino Tarazona

'Belmont' está sentado en una de las bancas del parque, ubicada frente al estadio Segundo Aranda Torres, en Huacho. Mira la entrada principal del recinto deportivo y no duda en decir: "es mi segundo padre, porque me da de comer, ahí me quedaré hasta que San Pedro me recoja".  

Lleva puesto el polo y la gorra con el logotipo estampado de una casa comercial. Un día antes, hacía lo propio con una ferretería muy popular del barrio. Unas semanas atrás, conversó con representantes de la tienda, quienes le propusieron llevar puesto el polo de esa empresa, a modo de publicidad andante. Él aceptó. No cobra un solo sol, dice hacerlo por la amistad, porque detalles como esos, generan que los lazos amicales duren hasta que nos vayamos arriba. 

'Belmont', cuyo nombre de pila es Juan Luna Fousca, le debe el apodo a un tipo que reconoció su similitud con el ex alcalde limeño, periodista y propietario de un canal de televisión capitalino, Ricardo Belmont. Hace ocho años lo llamaban Felpudini, como se autodenominó un actor cómico, o Topo Gigio. El 'Colorao' de Huacho afirma que la comparación con el creador de la Teletón hizo más alegre su negocio. Se ha pasado los últimos cuarenta años de su vida vendiendo gaseosas, en el único estadio de Huacho, distrito situado a más de 140km al norte de Lima. 

A sus 53 años, trata de mantener las fuerzas para recorrer las graderías del Aranda Torres, tan igual que un futbolista que acarrea lesiones a los 36 y que no desea dejar el fútbol. Vive frente al estadio. Es hincha acérrimo de Alianza Lima, pero en Huacho, es seguidor de todos los equipos de la zona. Tiende a ganarse la amistad del otro fácilmente. Habla tan rápido como un chileno que a veces trastabillea. Su rostro demacrado se parece al de un boxeador retirado y sus manos callosas, son la prueba más visible de que se trata de un vendedor de gaseosas.  
  
… 

Esta rutina empezó a los trece años. Curiosamente se inició ofreciendo chicha helada. Sin embargo, en un domingo futbolero, mientras vendía su refresco en las graderías del estadio, se resbaló. La caída produjo, entre los espectadores, una risa incontenible. Fue la única vez que me sucedió un accidente como ese, asevera.

Siendo el mayor de 7 hermanos y teniendo una madre soltera, tuvo que darse a la idea que el trabajo y su vida transcurrirían de la mano. A los 9 años vendía limones en el mercado central. Cuando asomaba los once, fue un lustrabotas, oficio donde no se mantuvo mucho tiempo, pues, lo consideraba muy arriesgado y poco rentable.  

Para 'Belmont', un vendedor debe poseer tres cualidades esenciales: respetar al público, mantener amistades y, sobre todo, no apoderarse de la cólera cuando le bromean. Revela que en los fines de semana logra vender catorce paquetes de doce unidades de gaseosa pepsi, de 1/2 litro. Vendiéndola a 1.50 la unidad, gana 7 soles por paquete. Es un trabajo arduo, tengo que recorrer todo el recinto. Porque en esta labor hay que caminar con la suerte de la mano.  

Por su particular método de venta, él es muy popular en el estadio. Porque él no pronuncia “gaseosa”, sino “siosa”. Asimismo sucede con “helada”, la reduce a simplemente “lada”. Quedando: “siosa”, “siosa”,“lada” , “lada”. Asimismo, por su experiencia vendiendo gaseosas, algunos aficionados se mofan de él diciéndole: “Belmont una Chavín Kola”, o, “Belmont una Bimbo” a sabiendas que él solo ofrece Pepsi.    

… 

La asistencia del público para apreciar el fútbol amateur, es realmente decadente. Un escenario como el Segundo Aranda Torres, que alberga a 6 mil espectadores, tan solo se conforma con 900 concurrentes para un fin de semana deportivo. 

'Belmont' carraspea, piensa unos segundos en lo que va decir, para luego admitir que todo tiempo pasado fue mejor. Ahora tiene que ser más chacharero y pícaro para contrarrestar a la competencia. Cuando acaba la jornada deportiva, deja de ser un vendedor de gaseosas y, por unos cuantos minutos, se convierte en un recolector de envases de plástico, porque ahora con un solo trabajo no se puede vivir.