El placer de dar conceptos:
Infame:“Esa hijaincestuosa de la historiay la literatura que esanterior al periodismo”-Toño Angulo DaneriLa más real:“El reto no es inventarlo sorprendente sinodescubrirlo”-Alberto Salcedo Ramos.La meta:"Una crónica es un cuento que es verdad”.-Gabo.Artículo completo aquí
viernes, 27 de febrero de 2009
Todos buscan definir la crónica
Consejos para hacer una crónica
Alma Guillermoprieto, cronista de raza
- La característica principal de la crónica es la intimidad. La crónica es una forma de vivir la vida y la escritura. Es salir a la calle, hacerse permeable, transparente a la vida que nos rodea, es vulnerabilidad absoluta anta la vida. Y es escribir desde adentro de la piel. Es caminar y vivir y luego cronicar. Es colocarse en una condición de riesgo, de vulnerabilidad emocional, de rabia.
- Hay que hacer mucha lectura previa sobre el tema. Las preguntas iniciales deben tener respuestas muy abiertas. Se debe elegir desde qué punto se va a vivir, desde la perspectiva de quién. Cronicar es meterse en la piel del otro: ése es todo el esfuerzo.
- La prisa en la reportería es totalmente contraproducente. Mientras más tiempo se invierta en una entrevista, siempre será mejor. Las entrevistas son básicas. Toda entrevista es un encuentro erótico. Hay que “encontrarse” con la persona, tiene que haber seducción, coqueteo, para que diga lo que no le diría a los demás.
- El cronista tiene que exponerse a las cosas que pasan en el lugar al que llegó. Debe caminar para conocer los problemas.
- La soledad es una aliada del cronista, así como las situaciones de desorientación, vulnerabilidad y desesperación.
- Hay que reportear duro. Ubicarse donde pasen cosas que a los lectores les gustaría leer.
- Hay que ser muy ambicioso. La crónica es muy exigente: hay que desarrollar todas las facultades, todos los sentidos. Manejar un buen vocabulario, nombres para las cosas, para los colores. Hay que tener un buen repertorio de verbos, porque el verbo es acción. Cada frase debe dar información, cada frase debe tener un verbo. Cada frase debe describir una acción. Cada frase debe llevar a otra. Tiene que tener ritmo, movimiento, buena puntuación. Desarrollar trucos para mantener la atención del lector. Cada palabra vale oro. Hay que meter sensaciones, buscar adjetivos fuertes y verbos activos.
- Hay que transformar las estadísticas y los datos en algo divertido (A los lectores les interesan los números muy grandes o muy chiquitos, los demás les pasan de largo).
- Hay que permitir a los lectores que participen de la nota, permitirle al lector que “esté” en el lugar de quien narra, que “entre” en lo que se cuenta.
- Se debe pensar siempre en el arranque y el final, así se hace más fácil escribir la crónica. Pensar en el final es preguntarse a dónde va la nota. Si la crónica es sobre un viaje, a dónde queremos llevar al lector.
- Hay que dedicar mucho tiempo a pulir la entrada. Que no falte ni un detalle ni sobre ni una palabra. La entrada engancha, anuncia de qué va el texto o la tónica.
- Establece el clima del texto, el ritmo y la dimensión arquitectónica con el resto del texto.
- La salida se debe preparar al mismo tiempo que la entrada. Debe ser un cambio de tono. No hay que introducir a un personaje nuevo. Se puede retomar un personaje anterior.
- El largo de una crónica lo determina la carga emocional de la historia: un tema frívolo no da la misma extensión que uno trágico. Antes de poner a escribir siempre hay que tener la idea clara de para cuánto da el texto. Tener la capacidad de contar algo que no pensaste que fuera posible.
- Una crónica no es lo que dijeron, si no los personajes: cómo son éstos. En una crónica lo que nos interesa son los personajes.
- La crónica es una serie de subjetividades que las dan los olores, los sabores, los gritos, los murmullos, los sonidos...
- Después del primer reporteo hay que preguntarse cuál es mi nota, qué tiene de nuevo, cuánto ha cambiado la situación para que sea interesante, cuáles son mis personajes.
- Para vender una crónica a los editores:
- Presentar lo nuevo
- Una frase que resuma el trabajo. Tiene que ser breve, misteriosa y novedosa
- Usar palabras específicas que mantengan la claridad de la presentación
- Hacer que el editor se ría, aunque sea una nota trágica.
- Que dé ganas de leerla. Seducirlo.
- Usar contrastes.
Tomado de la Fundación de Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI).
* Por Carlos Salinas, Taller de crónica periodística de la FNPI. Cartagena de Indias, enero 2009
Dos libros imprescindibles para descargar
viernes, 20 de febrero de 2009
La crónica, según Caparrós
Salir al mundo para buscar formas de escribir las crónicas
Martín Caparrós analiza este tema en el prólogo de La Argentina crónica, Historias reales de un país al límite
Leo crónicas. No voy a hacer la gran Borges y pretender que leer es mejor que escribir: si Borges hubiera hecho lo que decía, decir Borges no significaría gran cosa. Me gusta escribir crónicas -salir al mundo para buscar las formas de escribirlo- más que casi nada. Pero también me gusta leerlas: ahora leo las crónicas del seleccionado sub-quién-sabe-cuántos y me pregunto cosas. A veces, incluso, me contesto.Lo tengo dicho: a menudo me pregunto por qué los editores de diarios y periódicos latinoamericanos se empeñan en despreciar a sus lectores. O, mejor, en tratar de deshacerlos: en su desesperación por pelearles espacio a la radio y a la televisión, los editores latinoamericanos suelen pensar medios gráficos para una rara especie que ellos se inventaron: el lector que no lee. Es un problema: un lector se define por leer -y un lector que no lee es un ente confuso. Sin embargo nuestros bravos editores no tremulan ante la aparente contradicción: siguen adelante con sus páginas llenas de fotos, recuadros, infografías, dibujitos. Los carcome el miedo a la palabra escrita -y creen que es mejor pelear contra la tele con las armas de la tele, en lugar de usar las únicas armas que un texto no comparte: la escritura. Por eso, en general, les va como les va; por eso, en general, a nosotros también.Una primera definición: la crónica es eso que nuestros periódicos hacen cada vez menos.Es un problema grave que en la Argentina se hace agudo. En la Argentina -que supo ser un espacio central para la crónica- no hay espacio para publicar crónicas, salvo un par de honrosas excepciones. Que casi siempre son libros, no periódicos. (De las catorce crónicas de esta antología, cuatro fueron publicadas en revistas extranjeras, tres en revistas ya cerradas, cuatro en revistas pervivientes y tres en Página/12 pero hace tiempo. Ni una sola en los grandes diarios argentinos.)Me gusta la palabra crónica. Me gusta, para empezar, que en la palabra crónica aceche cronos, el tiempo. Siempre que alguien escribe escribe sobre el tiempo, pero la crónica -muy en particular- es un intento siempre fracasado de atrapar el tiempo en que uno vive. Su fracaso es una garantía: permite intentarlo una y otra vez -y fracasar e intentarlo de nuevo, y otra vez.La crónica tuvo su momento -y ese momento fue hace mucho. América se hizo por sus crónicas: América se llenó de nombres y de conceptos y de ideas a partir de esas crónicas -de Indias-, de los relatos que sus primeros viajeros más o menos letrados hicieron sobre ella. Aquellas crónicas eran un intento heroico de adaptación de lo que no se sabía a lo que sí: un cronista de Indias -un conquistador- ve una fruta que no había visto nunca y dice que es como las manzanas de Castilla, solo que es ovalada y su piel es peluda y su carne violeta. Nada, por supuesto, que se parezca a una manzana, pero ningún relato de lo desconocido funciona si no parte de lo que ya conoce.Así escribieron América los primeros: narraciones que partían de lo que esperaban encontrar y chocaban con lo que se encontraban. Lo mismo que nos sucede cada vez que vamos a un lugar, a una historia, a tratar de contarlos. Ese choque, esa extrañeza, sigue siendo la base de una crónica.La crónica es un género bien sudaca y es -quizá por eso- un anacronismo. La crónica era el modo de contar de una época en que no había otras. Durante muchos siglos el mundo se miró -si se miraba- en las palabras. A finales del siglo XIX, cuando la foto se hizo más pórtatil, empezaron a aparecer esas revistas ilustradas donde las crónicas ocupaban cada vez menos espacio y las fotos más: la tentación de mostrar los lugares que antes escribían.Después vino el cine, apareció la tele. Y muchos supusieron que la escritura era el modo más pobre de contar el mundo: el que ofrece menos sensación de inmediatez, de verosimilitud. La palabra no muestra: construye, evoca, reflexiona, sugiere. Esa es su ventaja.La crónica es el género de no ficción donde la escritura pesa más. La crónica aprovecha la potencia del texto, la capacidad de hacer aquello que ninguna infografía, ningún cable podrían: armar un clima, crear un personaje, pensar una cuestión.La crónica es una mezcla, en proporciones tornadizas, de mirada y escritura. Mirar es central para el cronista -mirar en el sentido fuerte. Mirar y ver se han confundido, ya pocos saben cuál es cuál. Pero entre ver y mirar hay una diferencia radical.Ver, en su primera acepción de la Academia, es "percibir por los ojos los objetos mediante la acción de la luz"; mirar es "dirigir la vista a un objeto". Mirar es la búsqueda, la actitud consciente y voluntaria de tratar de aprehender lo que hay alrededor -y de aprender. Para el cronista mirar con toda la fuerza posible es decisivo. Es decisivo adoptar la actitud del cazador.Hubo tiempos en que los hombres sabían que solo si mantenían una atención extrema iban a estar prontos en el momento en que saltara la liebre -y que solo si la cazaban comerían esa tarde. Por suerte ya no es necesario ese estado de alerta permanente, pero el cronista sabe que todo lo que se le cruza puede ser materia de su historia y, por lo tanto, tiene que estar atento todo el tiempo, cazador cavernario. Es un placer retomar, de vez en cuando, ciertos atavismos: ponerse primitivo.Digo: mirar donde parece que no pasara nada, aprender a mirar de nuevo lo que ya conocemos. Buscar, buscar, buscar. Uno de los mayores atractivos de componer una crónica es esa obligación de la mirada extrema.Para contar las historias que nos enseñaron a no considerar noticia.Existe la superstición de que no hay nada que ver en aquello que uno ve todo el tiempo. Periodistas y lectores la comparten: la "información" busca lo extraordinario; la crónica, muchas veces, el interés de la cotidianidad. Digo: la maravilla en la banalidad.El cronista mira, piensa, conecta para encontrar -en lo común- lo que merece ser contado. Y trata de descubrir a su vez en ese hecho lo común: lo que puede sintetizar el mundo. La pequeña historia que puede contar tantas. La gota que es el prisma de otras tantas.La magia de una buena crónica consiste en conseguir que un lector se interese en una cuestión que, en principio, no le interesa en lo más mínimo.Porque la crónica, en principio, también sirve para descentrar el foco periodístico. El periodismo de actualidad mira al poder. El que no es rico o famoso o rico y famoso o tetona o futbolista tiene, para salir en los papeles, la única opción de la catástrofe: distintas formas de la muerte. Sin desastre, la mayoría de la población no puede -no debe- ser noticia.La información -tal como existe- consiste en decirle a muchísima gente qué le pasa a muy poca: la que tiene poder. Decirle, entonces, a muchísima gente que lo que debe importarle es lo que les pasa a esos. La información postula -impone- una idea del mundo: un modelo de mundo en el que importan esos pocos. Una política del mundo.La crónica se rebela contra eso -cuando intenta mostrar, en sus historias, la vida de todos, de cualquiera: lo que les pasa a los que también podrían ser sus lectores. La crónica es una forma de pararse frente a la información y su política del mundo: una manera de decir al mundo también puede ser otro. La crónica es política.La información no soporta la duda. La información afirma. En eso el discurso informativo se hermana con el discurso de los políticos: los dos aseguran todo el tiempom, tienen que asegurar para existir. La crónica -el cronista- se permiten la duda.La crónica, además, es el periodismo que sí dice yo. Que dice existo, estoy, yo no te engaño.El lenguaje periodístico habitual está anclado en la simulación de esa famosa "objetividad" que algunos, ahora, para ser menos brutos, empiezan a llamar neutralidad. La prosa informativa -despojada, distante, impersonal- es un intento de eliminar cualquier presencia de la prosa, de crear la ilusión de una mirada sin intermediación: una forma de simular que aquí no hay nadie que te cuenta, que "esta es la realidad".El truco ha sido equiparar objetividad con honestidad y subjetividad con manejo, con trampa. Pero la subjetividad es ineludible, siempre está.Es casi obvio: todo texto -aunque no lo muestre- está en primera persona. Todo texto, digo, está escrito por alguien, es necesariamente una versión subjetiva de un objeto narrado: un enredo, una conversación, un drama. No por elección, por fatalidad: es imposible que un sujeto dé cuenta de una situación sin que su subjetividad juegue en ese relato, sin que elija qué importa o no contar, sin que decida con qué medios contarlo.Pero eso no se dice: la prosa informativa se pretende neutral y despersonalizada, para que los lectores sigan creyendo que lo que tienen enfrente es "la pura realidad" -sin intermediaciones. Llevamos siglos creyendo que existen relatos automáticos producidos por esa máquina fantástica que se llama prensa; convencidos de que la que nos cuenta las historias es esa máquina-periódico, una entidad colectiva y verdadera.Los diarios impusieron esa escritura "transparente" para que no se viera la escritura: para que no se viera su subjetividad y sus subjetividades en esa escritura: para disimular que detrás de la máquina hay decisiones y personas. La máquina necesita convencer a sus lectores de que lo que cuenta es la verdad y no una de las infinitas miradas posibles. Reponer una escritura entre lo relatado y el lector es -en ese contexto- casi una obligación moral: la forma de decir aquí hay, señoras y señores, señoras y señores: sujetos que te cuentan, una mirada y una mente y una mano.Nos convencieron de que la primera persona es un modo de aminorar lo que se escribe, de quitarle autoridad. Y es lo contrario: frente al truco de la prosa informativa -que pretende que no hay nadie contando, que lo que cuenta es "la verdad"-, la primera persona se hace cargo, dice: esto es lo que yo vi, yo supe, yo pensé -y hay muchas otras posibilidades, por supuesto.Digo: si hay una justificación teórica -y hasta moral- para el hecho de usar todos los recursos que la narrativa ofrece, sería esa: que con esos recursos se pone en evidencia que no hay máquina, que siempre hay un sujeto que mira y que cuenta.Por supuesto: la diferencia extrema entre escribir en primera persona y escribir sobre la primera persona. La primera persona de una crónica no tiene siquiera que ser gramatical: es, sobre todo, la situación de una mirada. Mirar, en cualquier caso, es decir yo y es todo lo contrario de esos pastiches que empiezan "cuando yo": cuando el cronista empieza a hablar más de sí que del mundo, deja de ser cronista.Hay otra diferencia fuerte entre la prosa informativa y la prosa crónica: una sintetiza lo que -se supone- sucedió; la otra lo pone en escena. Lo sitúa, lo ambienta, lo piensa, lo narra con detalles: contra la delgadez de la prosa fotocopia, el espesor de un buen relato. No decirle al lector esto es así; mostrarlo. Permitirle al lector que reaccione, no explicarle cómo debería reaccionar. El informador puede decir "la escena era conmovedora", el cronista trata de construir esa escena -y conmover.Eso necesita, entre otras cosas, más espacio. Y hay pocos medios que lo ofrezcan: más que nada, por ese miedo a los lectores alectores.Yo lo llamo crónica; algunos lo llaman "nuevo periodismo". Es la forma más reciente de llamarlo, pero se anquilosó. El nuevo periodismo ya está viejo.Aquello que llamamos "nuevo periodismo" se conformó hace medio siglo, cuando algunos señores -y muy pocas señoras todavía- decidieron usar recursos de otros géneros literarios para contar la no-ficción. Con ese procedimiento armaron una forma de decir, de escribir -que cristalizó en un género.Ahora casi todos los cronistas escriben como esos tipos de hace cincuenta años. Dejamos de usar el mecanismo, aquella búsqueda, para conformarnos con sus resultados de entonces. Pero lo bueno era el procedimiento, y es lo que vale la pena recobrar: buscar qué más formas podemos saquear aquí, copiar allí, falsificar allá, para seguir armando nuevas maneras de contar el mundo. Ese, creo, es el próximo paso.(Esto escribí hace meses; esto dije, poco más o menos, en Cartagena de Indias hace unas semanas, cuando me invitaron a un congreso muy empingorotado para contar por qué estoy por la crónica. Y ahora leo las historias de Alarcón, Bilbao, Brienza, Cicco, Gorodischer, Guerriero, Licitra, Plotkin, Reymúndez, Riera, Sánchez, Schmidt, Seselovsky y Sivak: leo travas y jinetes, la Difunta y la asesina de su padre, el político pelado y el skin casi político, esa señora pistolera, menores y mayores en la cárcel, formas de la memoria, una campeona de empanadas, reidores, bastantes extranjeros, una docena larga de miradas. Leo, releo, disfruto, me cabreo, me sorprendo, me alegro y pienso, una vez más, en el próximo paso -que viene a ser el suyo.)
Marcela Turati y muerte en el desierto
El drama de 14 mexicanos lo cuenta Marcela Turati
Un texto de Marcela Turati que cuenta el drama de catorce de 26 mexicanos migrantes que quisieron ingresar por la arena de Arizona para ganar dinero en Chicago o Florida truncaron su viaje con la sed. La entonces periodista de Reforma reconstruyó lo ocurrido hace un año en un caso que fue llevado a juicio en la fiscalía de Phoenix para sentenciar a los polleros culpables.
La crónica aquí
Josefina Licitra y Pollita en fuga
jueves, 19 de febrero de 2009
Periodistas 1
Cicco, y el periodismo border
Un PDF aquí
El periodismo border, según Cicco
(epílogo del libro Yo fui un porno star y otras crónicas de lujura y demencia)
1.
Un año atrás, harto del periodismo, de los periodistas de culo pesado, y en particular de mi jefe periodista, inicié una serie de crónicas donde me propuse abordar las historias tomando prestadas técnicas que no pertenecían al periodismo. Tal vez no debería decir “prestadas”, sino emplear el término más exacto: las robaba.
Como en las películas de momias donde el protagonista viaja a Egipto a desenterrar un tesoro faraónico, dejé el periodismo atrás y me dediqué a explorar géneros inhóspitos y a vivir cosas fuera de lo común. Asistí a autopsias forenses, a orgías, me empleé como enterrador, como asistente de boxeo, fui catador sexual, cazador, anfitrión de tangos, nudista. En fin, me divertí.
Al igual que el arqueólogo que regresa con una maldición a cuestas –o no regresa–, yo volví al periodismo siendo otro. Una bestia corrompida que descubrió que la “realidad real”, la “verdad verdadera”, por algún motivo, no entraba en los medios. A partir de entonces, decidí incorporar el hallazgo en mis textos y ver qué ocurría. Y ocurrió lo que tenía que ocurrir: me peleé con infinidad de gente, me llamaron gay, antisemita, drogón, inútil, me dejaron fuera de fiestas y eventos, y en mi revista empezaron a mirarme como al unicornio. Un ser que directamente no existe.
En mayor o menor medida, así fue cómo se inició el border, una forma de narrar los hechos con pautas personales, desprejuiciadas, desencantadas.
Toda definición comienza por decir lo que no es. Bien, el border no es nuevo periodismo. Cuando Tom Wolfe, un dandy que se doctoró en la Universidad de Yale, estableció las bases del “nuevo periodismo”, se nutrió exclusivamente de la literatura, de sus reflexiones mentales, de sus descripciones, de su catarata de diálogos. Si bien Wolfe registró el género en un ensayo de 1975, el nuevo periodismo se inició en los ’60, y confesemos que, excepto que usted crea que Cher sigue siendo una adolescente, ya está un poco viejo. Sin embargo, nadie ha hecho el intento de superarlo.
Cuando Hunter S. Thompson fundó el “periodismo gonzo” en una crónica en primera persona sobre las carreras de caballos en Kentucky, donde se tomaba hasta la humedad de las paredes, daba la impresión de que se venía una verdadera revolución. “Para ser gonzo –describió Thompson, la voz más auténtica de la revista Rolling Stone–, se necesita el talento de un maestro periodista, la mirada de un artista o un fotógrafo, y las bolas bien plantadas de un actor.” Aunque vaga, no era mala definición.
En verdad, Thompson nunca tuvo en claro a qué apuntaba con lo de gonzo, estaba más bien ocupado tomando whisky y disparándole a todo lo que se le cruzaba en su cabaña de Colorado. Hasta que en febrero último tomó el revólver del revés y se voló los sesos. Las enciclopedias, sin embargo, se ocuparon de definir el género por él: “El gonzo es, en esencia, una extensión del nuevo periodismo. Como el punto de vista de Thompson estaba distorsionado por el consumo de drogas y alcohol, la mayor parte de sus crónicas deben ser consideradas como ficción”.
Tanto Wolfe como Hunter, y su camada –Guy Talese, Norman Mailer, Truman Capote–, se basaban en una premisa de William Faulkner: “La mejor ficción –decía-, es más verdadera que cualquier clase de periodismo”. Esto les permitía retocar los hechos para presentar aquello que consideraban el gran sentido de la historia. El motor de su búsqueda era, sobre todo, un motor literario.
El periodismo border tiene, en cambio, un motor informativo. Y está básicamente pensado para hacer cagar en sus pantalones a los popes del periodismo de museo, a los redactores de manual, al periodista lavado, meticuloso, que no escribe adverbios porque le parece que son muy largos, que no escribe adjetivos porque teme ofender a alguien.
El periodista border viola todas estas reglas, salta la frontera y regresa cargado de sustancias ilícitas sorteando la aduana de los editores, intoxicando todo lo que le rodea –el género, su vida–, en pos de una narración auténtica, de primera mano, con olor, con color, con un sentido, con una revelación.
Establecí siete pasos para entender de qué demonios hablamos cuando hablamos de periodismo border. Siete pasos que no lo llevarán al estrellato, ni a la dirección de un medio. Más bien, lo llevarán en dirección al baño y a la ruina. Sin embargo, para el periodista border, el baño y el dormitorio son los ambientes donde ocurren las cosas importantes de la vida, los lugares donde el hombre se muestra tal cual es. Y esa búsqueda es la esencia del género.1) Viva la nota
Por comodidad, el periodista tradicional no vive las cosas, las pregunta o las averigua por internet. De este modo, conoce, pero no sabe. Un error. La premisa del periodista border es: “si puedo vivirlo, ¿para qué quiero que me lo cuenten otros?”. La vivencia otorga autoridad. Siguiendo esta premisa, yo trabajé hasta de actor porno. El porno no sólo da autoridad, además facilita el enganche con las chicas. Sólo ocúpese de que ninguna vea la película. Esto aviva el mito.
2) La técnica serial killer
Hay una tendencia, en especial en la tevé, del periodista canchero que genera reacciones espectaculares para la cámara. No busca descubrir una historia, se concentra en provocar una situación. Un periodista border es precisamente lo contrario: necesita el enmascaramiento de la normalidad para hacer su trabajo. Jeffrey Dahmer era un excelente vecino de Milwaukee hasta que descubrieron que coleccionaba cráneos de una docena de víctimas, y, si le parecían apetecibles, las servía en la cena. En Rostov, Rusia, la mujer del maestro Andrei Chikatilo lo consideraba un padre ejemplar. Pensó que se trataba de un error cuando lo detuvieron por el crimen de 52 personas, la mayoría niños. Cuando estaba de humor, Andrei también se los comía. Vidas ordinarias en mentes retorcidas. Este es el rango de acción del border. Pero, por amor de Dios, deje a los niños en paz.
3) Cruce al humor
Empleo de la situación hipotética con fines cómicos, del chiste que desmitifica el tema tabú, del elemento grotesco que desmantela a la celebridad. El humor es una fuente rica para el periodismo. Al fin de cuentas, todos vamos a morir, qué mejor chiste que ése. Henry Louis Mencken, P.J. O’Rourke y Dave Barry son ejemplos magistrales del cruce entre ambos géneros. Todas sus obras son recomendables, aunque hay poco traducido. Si no tiene dinero suficiente, lea el apartado de “la simulación idiota” y conseguirá, como mínimo, un descuento en librerías por incapacidad mental.
4) Animalización y crimen del personaje
Los seres humanos somos miembros privilegiados de la cadena evolutiva de monos. Perseguimos sus mismos objetivos: queremos más y mejores bananas, queremos monas, y vivimos colgados de una palmera. Hay que tener presentes las tres premisas que mueven a todo hombre en la toma de decisiones: elige lo más barato, elige lo más cómodo, y elige donde haya más chicas.
El periodista border no debe perder de vista la noción de que todos somos animales disfrazados. Conocer la especie que cada entrevistado lleva dentro, facilita las cosas para describirlo. Es necesario tener presente que está hecho de sangre, de huesos, de fibras musculares, de agua, de apetito sexual, de vicios, de ganas de ir al baño. Si olvidó esto, vea La noche de los muertos vivos, de George Romero, o El loco de la motosierra, de Tobbe Hopper. Recuperará la memoria de inmediato.
Por otra parte, recuerde que las celebridades representan siempre todo lo falso y descartable que hay en este mundo. Así que tómese su tiempo, utilice sus mejores habilidades y simplemente fusílelas. No las necesitamos.
5) Sentido de la no pertenencia
Como el border mira y disecciona las cosas como un marciano, no se alista en ningún partido político, no sigue modas, no tiene amigos en el ambiente ni pertenece a ningún movimiento social, artístico o cultural. No lee los diarios excepto para zambullirse en su historia, lo cual le permite un abordaje descontaminado, auténtico, un golpe de lanza que va desde la ignorancia al conocimiento, un viaje de iniciación que todo lector agradece. El border se especializa en la no especialización y sigue una de las premisas de G. I. Gurdjieff, el místico ruso: “No hay nada más imbécil, que un hombre inteligente”.
6) La simulación idiota
Hay un aspecto indefenso en el periodista gráfico que le permite acceder a lugares y a confesiones más íntimas que a un periodista televisivo o a un fotógrafo.
El border se inspira en la estrategia de Columbo, el detective protagonizado por Peter Falk que se hacía pasar por idiota para desenmascarar asesinos –que no se le vaya la mano con la idiotez, sino puede terminar en la política–. Un periodista con espíritu de ingenuo alienta a que el otro se muestre auténtico y con la guardia baja. Por otro lado, alienta también a que lo estafen, así que le recomiendo: lleve poca plata.
7) La mirada en doble sentido y la puesta en escena
Los periodistas tradicionales acostumbran a contar los hechos en una dimensión única. La observación estéril del personaje pitando su cigarrillo, o llevándose el café a la boca –lo interesante será el día que lo beba con la nariz–, es nuevo periodismo mal entendido: un virus como la gripe que convierte las crónicas de medio planeta, literalmente en moco.
El periodista border observa lo que le ocurre al entrevistado siempre y cuando la observación sirva para entenderlo. A la par, observa lo que le ocurre a él mismo, al fotógrafo, lo que sucede a sus espaldas, a su alrededor. Y cuando el personaje habla, lo hace en un marco que le es propio. Por eso, el border busca siempre descubrirlo en su propia casa, el rincón donde todos los objetos hablan de él.
El periodismo border se da en tres planos: el audio de lo que conversa, la visión del entorno donde lo dice, y la percepción de sus intenciones (en Un bárbaro en Asia, Henri Michaux demostró cómo una impresión vale más que mil cifras). Es fundamental, más allá de grabar la conversación, llevar anotador. Esto no sólo le permite apuntar sus observaciones, además, le permite mirarle las piernas a la entrevistada.
Bien, hasta aquí, la síntesis de siete pasos del dogma border. Antes de terminar con esto, salgo a la pizzería, porque los borders, si bien nos cagamos en todo, también paramos de vez en cuando a comer. Ceno, pago, me porto bien. Pido la cuenta, aplasto una mosca, la envuelvo en una servilleta y, de nuevo en casa, se la sirvo a mi planta carnívora.
Ya saben, mi vida normal.
Como en las películas de momias donde el protagonista viaja a Egipto a desenterrar un tesoro faraónico, dejé el periodismo atrás y me dediqué a explorar géneros inhóspitos y a vivir cosas fuera de lo común. Asistí a autopsias forenses, a orgías, me empleé como enterrador, como asistente de boxeo, fui catador sexual, cazador, anfitrión de tangos, nudista. En fin, me divertí.
Al igual que el arqueólogo que regresa con una maldición a cuestas –o no regresa–, yo volví al periodismo siendo otro. Una bestia corrompida que descubrió que la “realidad real”, la “verdad verdadera”, por algún motivo, no entraba en los medios. A partir de entonces, decidí incorporar el hallazgo en mis textos y ver qué ocurría. Y ocurrió lo que tenía que ocurrir: me peleé con infinidad de gente, me llamaron gay, antisemita, drogón, inútil, me dejaron fuera de fiestas y eventos, y en mi revista empezaron a mirarme como al unicornio. Un ser que directamente no existe.
En mayor o menor medida, así fue cómo se inició el border, una forma de narrar los hechos con pautas personales, desprejuiciadas, desencantadas.
Toda definición comienza por decir lo que no es. Bien, el border no es nuevo periodismo. Cuando Tom Wolfe, un dandy que se doctoró en la Universidad de Yale, estableció las bases del “nuevo periodismo”, se nutrió exclusivamente de la literatura, de sus reflexiones mentales, de sus descripciones, de su catarata de diálogos. Si bien Wolfe registró el género en un ensayo de 1975, el nuevo periodismo se inició en los ’60, y confesemos que, excepto que usted crea que Cher sigue siendo una adolescente, ya está un poco viejo. Sin embargo, nadie ha hecho el intento de superarlo.
Cuando Hunter S. Thompson fundó el “periodismo gonzo” en una crónica en primera persona sobre las carreras de caballos en Kentucky, donde se tomaba hasta la humedad de las paredes, daba la impresión de que se venía una verdadera revolución. “Para ser gonzo –describió Thompson, la voz más auténtica de la revista Rolling Stone–, se necesita el talento de un maestro periodista, la mirada de un artista o un fotógrafo, y las bolas bien plantadas de un actor.” Aunque vaga, no era mala definición.
En verdad, Thompson nunca tuvo en claro a qué apuntaba con lo de gonzo, estaba más bien ocupado tomando whisky y disparándole a todo lo que se le cruzaba en su cabaña de Colorado. Hasta que en febrero último tomó el revólver del revés y se voló los sesos. Las enciclopedias, sin embargo, se ocuparon de definir el género por él: “El gonzo es, en esencia, una extensión del nuevo periodismo. Como el punto de vista de Thompson estaba distorsionado por el consumo de drogas y alcohol, la mayor parte de sus crónicas deben ser consideradas como ficción”.
Tanto Wolfe como Hunter, y su camada –Guy Talese, Norman Mailer, Truman Capote–, se basaban en una premisa de William Faulkner: “La mejor ficción –decía-, es más verdadera que cualquier clase de periodismo”. Esto les permitía retocar los hechos para presentar aquello que consideraban el gran sentido de la historia. El motor de su búsqueda era, sobre todo, un motor literario.
El periodismo border tiene, en cambio, un motor informativo. Y está básicamente pensado para hacer cagar en sus pantalones a los popes del periodismo de museo, a los redactores de manual, al periodista lavado, meticuloso, que no escribe adverbios porque le parece que son muy largos, que no escribe adjetivos porque teme ofender a alguien.
El periodista border viola todas estas reglas, salta la frontera y regresa cargado de sustancias ilícitas sorteando la aduana de los editores, intoxicando todo lo que le rodea –el género, su vida–, en pos de una narración auténtica, de primera mano, con olor, con color, con un sentido, con una revelación.
Establecí siete pasos para entender de qué demonios hablamos cuando hablamos de periodismo border. Siete pasos que no lo llevarán al estrellato, ni a la dirección de un medio. Más bien, lo llevarán en dirección al baño y a la ruina. Sin embargo, para el periodista border, el baño y el dormitorio son los ambientes donde ocurren las cosas importantes de la vida, los lugares donde el hombre se muestra tal cual es. Y esa búsqueda es la esencia del género.1) Viva la nota
Por comodidad, el periodista tradicional no vive las cosas, las pregunta o las averigua por internet. De este modo, conoce, pero no sabe. Un error. La premisa del periodista border es: “si puedo vivirlo, ¿para qué quiero que me lo cuenten otros?”. La vivencia otorga autoridad. Siguiendo esta premisa, yo trabajé hasta de actor porno. El porno no sólo da autoridad, además facilita el enganche con las chicas. Sólo ocúpese de que ninguna vea la película. Esto aviva el mito.
2) La técnica serial killer
Hay una tendencia, en especial en la tevé, del periodista canchero que genera reacciones espectaculares para la cámara. No busca descubrir una historia, se concentra en provocar una situación. Un periodista border es precisamente lo contrario: necesita el enmascaramiento de la normalidad para hacer su trabajo. Jeffrey Dahmer era un excelente vecino de Milwaukee hasta que descubrieron que coleccionaba cráneos de una docena de víctimas, y, si le parecían apetecibles, las servía en la cena. En Rostov, Rusia, la mujer del maestro Andrei Chikatilo lo consideraba un padre ejemplar. Pensó que se trataba de un error cuando lo detuvieron por el crimen de 52 personas, la mayoría niños. Cuando estaba de humor, Andrei también se los comía. Vidas ordinarias en mentes retorcidas. Este es el rango de acción del border. Pero, por amor de Dios, deje a los niños en paz.
3) Cruce al humor
Empleo de la situación hipotética con fines cómicos, del chiste que desmitifica el tema tabú, del elemento grotesco que desmantela a la celebridad. El humor es una fuente rica para el periodismo. Al fin de cuentas, todos vamos a morir, qué mejor chiste que ése. Henry Louis Mencken, P.J. O’Rourke y Dave Barry son ejemplos magistrales del cruce entre ambos géneros. Todas sus obras son recomendables, aunque hay poco traducido. Si no tiene dinero suficiente, lea el apartado de “la simulación idiota” y conseguirá, como mínimo, un descuento en librerías por incapacidad mental.
4) Animalización y crimen del personaje
Los seres humanos somos miembros privilegiados de la cadena evolutiva de monos. Perseguimos sus mismos objetivos: queremos más y mejores bananas, queremos monas, y vivimos colgados de una palmera. Hay que tener presentes las tres premisas que mueven a todo hombre en la toma de decisiones: elige lo más barato, elige lo más cómodo, y elige donde haya más chicas.
El periodista border no debe perder de vista la noción de que todos somos animales disfrazados. Conocer la especie que cada entrevistado lleva dentro, facilita las cosas para describirlo. Es necesario tener presente que está hecho de sangre, de huesos, de fibras musculares, de agua, de apetito sexual, de vicios, de ganas de ir al baño. Si olvidó esto, vea La noche de los muertos vivos, de George Romero, o El loco de la motosierra, de Tobbe Hopper. Recuperará la memoria de inmediato.
Por otra parte, recuerde que las celebridades representan siempre todo lo falso y descartable que hay en este mundo. Así que tómese su tiempo, utilice sus mejores habilidades y simplemente fusílelas. No las necesitamos.
5) Sentido de la no pertenencia
Como el border mira y disecciona las cosas como un marciano, no se alista en ningún partido político, no sigue modas, no tiene amigos en el ambiente ni pertenece a ningún movimiento social, artístico o cultural. No lee los diarios excepto para zambullirse en su historia, lo cual le permite un abordaje descontaminado, auténtico, un golpe de lanza que va desde la ignorancia al conocimiento, un viaje de iniciación que todo lector agradece. El border se especializa en la no especialización y sigue una de las premisas de G. I. Gurdjieff, el místico ruso: “No hay nada más imbécil, que un hombre inteligente”.
6) La simulación idiota
Hay un aspecto indefenso en el periodista gráfico que le permite acceder a lugares y a confesiones más íntimas que a un periodista televisivo o a un fotógrafo.
El border se inspira en la estrategia de Columbo, el detective protagonizado por Peter Falk que se hacía pasar por idiota para desenmascarar asesinos –que no se le vaya la mano con la idiotez, sino puede terminar en la política–. Un periodista con espíritu de ingenuo alienta a que el otro se muestre auténtico y con la guardia baja. Por otro lado, alienta también a que lo estafen, así que le recomiendo: lleve poca plata.
7) La mirada en doble sentido y la puesta en escena
Los periodistas tradicionales acostumbran a contar los hechos en una dimensión única. La observación estéril del personaje pitando su cigarrillo, o llevándose el café a la boca –lo interesante será el día que lo beba con la nariz–, es nuevo periodismo mal entendido: un virus como la gripe que convierte las crónicas de medio planeta, literalmente en moco.
El periodista border observa lo que le ocurre al entrevistado siempre y cuando la observación sirva para entenderlo. A la par, observa lo que le ocurre a él mismo, al fotógrafo, lo que sucede a sus espaldas, a su alrededor. Y cuando el personaje habla, lo hace en un marco que le es propio. Por eso, el border busca siempre descubrirlo en su propia casa, el rincón donde todos los objetos hablan de él.
El periodismo border se da en tres planos: el audio de lo que conversa, la visión del entorno donde lo dice, y la percepción de sus intenciones (en Un bárbaro en Asia, Henri Michaux demostró cómo una impresión vale más que mil cifras). Es fundamental, más allá de grabar la conversación, llevar anotador. Esto no sólo le permite apuntar sus observaciones, además, le permite mirarle las piernas a la entrevistada.
Bien, hasta aquí, la síntesis de siete pasos del dogma border. Antes de terminar con esto, salgo a la pizzería, porque los borders, si bien nos cagamos en todo, también paramos de vez en cuando a comer. Ceno, pago, me porto bien. Pido la cuenta, aplasto una mosca, la envuelvo en una servilleta y, de nuevo en casa, se la sirvo a mi planta carnívora.
Ya saben, mi vida normal.
Crónica, reportaje, historia
¿Qué es la crónica?
Definiciones hay muchas. Debatir si es crónica o reportaje es un debate que, en mi opinión, puede ser innecesario. En lugar de preocuparnos si es crónica o reportaje tendríamos que estar pendiente de aspectos más trascendentales: ¿Sabemos escribir? ¿Somos capaces de leer las imágenes con la que nos topamos a diario? ¿Captamos los detalles? ¿Definimos rápidamente cómo vamos a arrancar una historia y cómo la vamos a terminar? ¿Tenemos una estructura en la cabeza? Lo ideal es tener un plan. Un cronista hizo un esquema sobre cómo hacer una crónica que a mí me pareció poco práctico con el trajín de vida y ritmo de chamba de un periodista promedio, periodista que además no trabaja necesariamente para hacer libros sino para publicar en medios que además no son Gatopardo o Etiqueta Negra.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)